José Antonio Baños en el panteón salesiano

Hoy son depositadas las cenizas de nuestro compañero, el salesiano José Antonio Baños, en el panteón que la Congregación salesiana tiene en el cementerio de Logroño. Ha dedicado los últimos años de su vida a la formación cristiana y profesional de los jóvenes desde el taller en el colegio Salesianos Los Boscos con un estilo de animación propio de responsabilidad y alegría.

Había nacido, hace 70 años, en Burgo Ranero (León). Quiere decir, que cuando los administradores íbamos a las reuniones de León, pasábamos por allí y lo mismo venía con nosotros, que le encontrábamos en casa, con la atención a la familia y con cuantos peregrinan a Santiago. Tenía muy grabado este cariño y atención a la familia, al pueblo y a los muchos que pasaban como peregrinos. Así lo hemos recordado en la mesa de la comunidad cuando a él le han visitados sus hermanos, sus hermanas. Con cuánta amistad han convivido con nosotros y hemos compartidos los momentos difíciles de su enfermedad.

No es fácil dar una definición de José Antonio, porque es algo así como un todo terreno: lo mismo lo encuentras en lo más duro del trabajo, del taller, de las obras de mejora en la casa, como disfrutando y descansando los fines de semana por ahí.

No le cuentes las horas metidas en el taller, en las horas para preparar los trabajos, en realizar útiles con los que obsequiar a las familias, a los alumnos, a las autoridades cuando nos han visitado en el colegio. Encaja en el coadjutor salesiano que entrega sus horas para preparar con dignidad su labor educativa.

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En el taller, Josean y los alumnos ofrecen uno de sus trabajos al Presidente de La Rioja.

Y encaja con la frase de Don Bosco “descansaremos en el paraíso” trabajando por la conservación de las casas donde ha estado. Yo admiré ese trabajo en él y en el de sus compañeros coadjutores cuando vivimos juntos en el colegio de Santander.

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“Todo un signo: José Antonio, con el Rector Salesiano y compañeros profesores”

Siguió entreteniéndose en el taller cuando aceptó la jubilación. Y cuánto lo sintió, sin quejarse.
Esta “universalidad” de José Antonio nos hace admirar cuando por las mañanas, la comunidad se junta para rezar; él era el primero que estaba en la capilla y no éramos nadie a quitarle la primera lectura de la Eucaristía, ni la purificación del cáliz. Son signos de su vida interior.
Vivíamos con respeto los momentos en que él buscaba y se dirigía en el sacramento en la dirección espiritual. No lo ocultaba y era discreto.

Todo terreno en el vestir sus camisas y sus corbatas, que llamaba de buena manera la atención. Y es que por encima de todo ropaje llevaba la cruz. La camisa de colores africanos que con frecuencia llevaba: porque no pudo realizar su sueño de ir a misiones; no le llegaron los papeles. Y misionó de esta manera aquí. La cruz: que algunos preguntaban si era obispo. Era una manera bonita y seria de interpretar la vida.

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A José Antonio le hemos conocido animando el bar y la misa; sin confundirlo. Le hemos visto en las funciones de teatro y en las excursiones de montaña. Jugando y entrenando al equipo de balonmano. Animando sobremesas. Con los platillos en las charangas de Santander y Logroño.
Le hemos echado de menos en nuestro último día 24 que no estuvo con nosotros en la capilla animando el canto.

Le he sentido humilde cuando le han marcado directrices y las ha aceptado y seguido, cuando en otros momentos nos ha cantado “y sigo siendo el rey”.

Todos tenemos muchas cosas de las que arrepentirnos. Y todos experimentamos la bondad del Señor. Nos quedamos con la primera parte de las palabras del Señor: “Hoy habrá mucha alegría en el cielo”.

 

Santos Sastre.